Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1860-1861 (Cortes de 1858 a 1863)
Sesión: 13 de junio de 1860
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 14, 134 a 142
Tema: Contestación al discurso de la Corona

El Sr. SAGASTA: Sres. Diputados, es una costumbre, y en mi entender bien establecida, que los partidos que toman parte en alguna discusión ....

El Sr. PRESIDENTE: Permítame V. S., Sr. Sagasta. El Sr. Calvo Asensio es a quien corresponde usar de la palabra.

El Sr. CALVO ASENSIO: He cambiado el turno con mi amigo el Sr. Sagasta.

El Sr. PRESIDENTE: Puede V. S. continuar, Sr. Sagasta.

El Sr. SAGASTA: Decía, señores, que es una costumbre, y en mi entender bien establecida, que cuando los partidos toman parte en alguna discusión, y mucho más como la que actualmente ocupa nuestra atención, que alcanza grandísima importancia, reservan el último turno, en lo que tiene relación a la esfera de principios de ese partido, para las personas que por sus muchos y vastos conocimientos, por su larga carrera política y por su autoridad en las Cámaras, puedan ir escogiendo con exquisito tino los puntos más notables de lo ocurrido, y cerrar la discusión en la esfera de las ideas, y coronar, por decirlo así, el debate. En una palabra, aquellas personas que sabiendo reunir y dirigir las fuerzas de ese partido, pueden presentar con éxito una gran batalla.

Pero el Congreso se habrá persuadido, al oír mi voz, que hoy por hoy se falta a esta costumbre, porque de ningún modo podía ser yo elegido para esta superior tarea; [134] y aunque lo hubiera sido, no lo hubiera aceptado, conociendo, como conozco mejor que nadie, mis escasos alcances para tan ardua empresa.

Circunstancias particulares debidas a la amistad íntima que nos profesamos el Sr. Calvo Asensio y yo, le han hecho ceder del deseo vehemente que tenía de tomar parte en esta discusión, privando así al Congreso de oír su clara y autorizada palabra, y ocasionándole el disgusto de sustituirla con la mía. Si consideraciones particulares y algunas razones políticas me han traído a esta situación, separándome del puesto más avanzado de las guerrillas para venir al centro de operaciones donde debe estar el general en jefe, es por un momento, señores, y aunque he variado de puesto, no he de variar de táctica.

El Congreso habrá observado que se han trocado los papeles hasta cierto punto; en realidad hemos empezado por donde se debiera concluir. Un inconveniente resulta de esto, y es que, en lo que tiene relación con nuestras ideas, la discusión va a tener una mala conclusión en lugar de tener una buena. Pero algo me consuela el enlace que encuentro entre esta discusión y la situación del país, en el cual todo es grande, todo magnánimo, todo es bueno menos el Gobierno.

Cuando apenas ha podido disiparse el humo de la pólvora inflamada en los campos de batalla; cuando aún resuena en mis oídos el eco del estampido del cañón disparado en lejanas playas; cuando todavía palpitan nuestros corazones, ya por la alegría con que saludábamos a los soldados al volver al seno de su madre patria, ya por el sentimiento que nos inspiran los que, menos afortunados, encontraron la muerte en extraña tierra, sensible nos es tener que interrumpir el silencio y romper una tregua en la cual un solo pensamiento embargaba nuestros corazones, una sola idea unía nuestros ánimos. Pero ¡ah señores! ni el insuperable valor de nuestros disciplinados soldados, ni los triunfos en extraña tierra conquistados, ni la consideración que hemos obtenido en Europa, dejaran de ser estériles, ya que no perjudiciales si a ellos se les opone la reacción en el interior. ¿De qué nos hubiera servido, Sres. Diputados, la página más brillante de nuestra historia, de qué los inmensos sacrificios, de qué el heroísmo sin límites de nuestra nación a principios de este siglo, si a la vez que con una mano defendía su independencia, según nos decía con mucho acierto el Sr. Presidente al tomar posesión de ese puesto, no hubiese levantado con la otra los cimientos de su libertad y de su grandeza? ¿De qué servirían en efecto, Sres. Diputados, tanto heroísmo y tanto patriotismo? Fueron olvidados por quien más presente debió tenerlos; la política que después se inició cerrando las universidades, dejando huérfana y abandonada la marina, destruyendo y matando todo lo que era noble, ahogando todo germen de progreso, contribuyó a que mirasen a nuestra nación con lástima los mismos que debían mirarla con envidia o admiración.

El temor, Sres. Diputados, de que esto pueda volver a suceder, de que por lo menos se vuelva a intentar, nos obliga, no solo o romper el silencio que patrióticamente nos habíamos impuesto, y a desplegar al aire nuestra bandera, sino también a separar nuestra vista de los campos de África; pues aunque no hayamos obtenido aquí todo lo que era de esperar, nunca sin embargo serán tan profundas y tan trascendentales las consecuencias como las de los acontecimientos de San Carlos de la Rápita.

Nada diré pues de la guerra, siquiera crea, tal vez equivocadamente, y yo me alegraría que así fuese, que sin la constancia, sin el valor, sin el patriotismo del primer cuerpo del ejercito , quizás se hubiera malogrado tan noble empresa, sin otro motivo más que el de subordinar el principio de la campaña al día de S. M. la Reina. ¡Como si los días de los Reyes debieran celebrarse con los sacrificios de los pueblos y la sangre de sus soldados!

Nada diré tampoco de la paz, indispensable para el desarrollo y para la prosperidad de las naciones y para el bienestar de los pueblos, y por consiguiente por todos y siempre deseada, siquiera esta paz, excusable tal vez en la forma en que se ha hecho, pero de ninguna manera gloriosa, como nos decía ayer el Sr. Ministro de la Gobernación, ni mucho menos en relación con los esfuerzos desplegados en la campaña, haya venido a defraudar las esperanzas que tesoros de hombres, de dinero, de sangre y de todo género de sacrificios habían hecho concebir.

Nada diré tampoco del abandono de la ciudad santa de los moros, perdiendo así la única conquista permanente que habíamos hecho (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Pido la palabra.); siquiera pensasen que no debían abandonarla al principio los que después pensaron lo contrario, diciendo que era pésimo lo que en su fantástica imaginación nos habían pintado come sublime y maravilloso, y creyendo bueno en garantía lo que es malo en propiedad. Pero sí diré dos palabras; siquiera sea en son de queja, para lamentarme de que la paz, en los términos que se ha Ilevado a cabo, no haya tenido lugar después de la entrada de nuestras tropas en Tetuán y antes de dos combates terribles, consumiéndose así sin fruto una gran parte de los sacrificios del país, y lo que es peor, derramándose a torrentes la sangre pura y generosa de nuestros soldados.

Y así descartadas, Sres. Diputados, la cuestión de la guerra y la cuestión de la paz, vamos a prescindir del mal que ya pasó, para ocuparnos del que con tenaz insistencia y de poderosos y muchos medios valido, con encarnizamiento nos amenaza; y entremos pues en el examen del dictamen de la comisión de Contestación al discurso de la Corona. Procuraré, para dar algún orden a mis ideas, seguir el mismo que la comisión ha establecido en su proyecto. Y lo primero con que me encuentro después de algunos párrafos es la cuestión exterior.

Decía el discurso puesto en boca de S.M.: "Nuestras relaciones con las demás potencias continúan siendo amistosas." Y la comisión, como con miedo de que se vea, escondido como está en el último de los párrafos que se ocupan de la paz y de la guerra, y como temiendo que no sea exacto lo que dice el Gobierno, manifiesta, corrigiendo lo que éste dice, lo siguiente: " Por más que sean felizmente amistosas nuestras relaciones con todas las potencias, la crisis formidable a que está abocada la Europa, nos autoriza y obliga a allegar los elementos conducentes para mantener expeditas, en las oscuras eventualidades de un porvenir desconocido, nuestra libertad de acción y la independencia de nuestra política." Lo mismo el párrafo del discurso de la Corona que lo que la comisión nos dice en su dictamen, es bastante para todo aquel que no pretende saber nada de cuanto ha ocurrido, ocurre y ocurrir pueda respecto de nuestras relaciones políticas con las demás potencias.

¿No tiene la comisión, no tiene el Gobierno nada que decir respecto de Cochinchina, respecto del Perú, respecto de Méjico? Es verdad que de Méjico ya se nos dice algo; pero respecto de Cochinchina lo único que el Congreso sabe es que aquel país no consintió al nuestro una cosa, que no consentiríamos nosotros a nadie, y se dispuso una expedición franco-española, pero sin alianza conocida, faltando terminantemente a lo que previene la Constitución del Estado; lo único que el Congreso sabe es que allí se hallaban (porque no sabemos si ahora se hallan) nuestros soldados [135] derramando su sangre. Qué, ¿no merecen la pena nuestros soldados de que el país supiera qué es de ellos? ¿Se han perdido? ¿Siguen allí? ¿Han concluido sin comisión? ¿Les es favorable o adversa? ¿Han ido simplemente como instrumentos para servir a las miras de la Francia, buenas o malas, que yo no trato de discutir las miras que puede tener la Francia, o han ido para conquistar algún beneficio que compense de algún modo su preciosa sangre derramada? Nada de esto nos ha dicho el Gobierno, ni tampoco la comisión, que no creo ha tratado de averiguar la suerte de nuestros soldados en aquellas extrañas y lejanas posesiones. ¿Es así, Sres. Diputados, como debe mirarse por la suerte de nuestros soldados que pelean en extrañas tierras? ¿Es así como se recompensa su preciosa sangre, y como se atiende al decoro y a la dignidad del país?

No se me diga, Sres. Diputados, que no es a este Gobierno al que corresponde la responsabilidad de la expedición, porque no fue él quien envió esta expedición franco-española, pues no por eso es menor la responsabilidad de este Gobierno, que no ha procurado remediar el mal que entonces se cometió, y que naturalmente se ha hecho cómplice de todas las faltas de los Gobiernos anteriores y de la infracción constitucional que cometieron despreciando los intereses públicos y mandando nuestros soldados a lejanas tierras para derramar su sangre sin honra ni provecho.

El Gobierno pues ha faltado a su deber no manifestándonos lo que hay en esto, toda vez que hace más de tres años están nuestros soldados derramándose sangre en aquel país, y todavía nada sabemos de esa expedición.

Pero sigamos examinando cómo lleva este Gobierno nuestras relaciones exteriores. El apresamiento en las aguas de Veracruz de dos buques españoles dio lugar a ciertas diferencias entre el Gobierno de nuestro país y el de los Estados-Unidos. El resultado lo ignoramos por completo, y algo debió haber naturalmente, aunque no sea más que atendiéndonos a lo belicoso de ciertos artículos que periódicos que pasan por semioficiales publicaron sobre esta cuestión, y a lo que de público se ha dicho respecto a las notas no menos belicosas, sin duda para compensar las más humildes dirigidas a otro Gobierno a propósito de la guerra de África. Nada de eso se dice en el discurso de la Corona ni en el dictamen de la comisión. Uno y otro están conformes en asegurar que con todas las potencias estamos en las mejores relaciones. Y si efectivamente es así; si aquella diferencia ha desaparecido, ¿qué inconveniente hay en hablar de negociaciones concluidas?

El Gobierno no creo que ha estado en su derecho omitiéndolo, y yo estoy en la obligación de Ilamar la atención del Congreso sobre esta falta, para hacer constar que en uno y otro caso el Gobierno ha faltado a su deber.

De la cuestión de Méjico ya nos dice algo el Gobierno de S.M:

 " Mi Gobierno os dará cuenta del convenio celebrado con la República de Méjico a fin de terminar de una manera satisfactoria las diferencias que existían entre los dos pueblos. Los vínculos que los unen harán que España mire siempre con interés los prolongados infortunios de aquel país."

La comisión, refiriéndose a este párrafo del discurso, contesta lo siguiente:

" El Congreso examinará con el detenimiento que su entidad requiere el tratado concluido por el Gobierno de V. M. con la República de Méjico. De esperar es, Señora, que zanjadas honrosa y satisfactoriamente por este convenio las graves diferencias que dividían a dos pueblos hermanos, se multipliquen y arraiguen entre ambos, con provecho recíproco, las antiguas relaciones de interés y de afecto que han sobrevivido a tantas guerras y catástrofes, llegada que sea la suspirada época en que se asiente sólidamente el orden en aquel infortunado suelo."

Lo que ha concluido de seguro en tan importante cuestión es la prudencia, es la calma, es la previsión que todos los Gobiernos que aprecian en algo los intereses de su patria deben tener en esta clase de asuntos. ¿Qué calificación merece un Gobierno que entabla unas negociaciones con un país en el cual puede decirse que no hay un poder general, universalmente reconocido por la mayoría, pues si bien hay un Gobierno con el que podemos contratar, hay otro que le niega este derecho, y según tengo entendido, se ha levantado recientemente otro, y son tres? ¿Qué juicio debe formarse un Gobierno que para entrar en negociaciones con un país que se encuentra en estas condiciones manda nada menos que todo un embajador? ¡Ah señores! Responsabilidad grande ha contraído el Gobierno en entablar relaciones de esa especie con un país donde no había un poder reconocido, en entrar en negociaciones con la desgraciada República; mejicana, cuando hay nada menos que tres Gobiernos que vienen disputándose encarnizadamente los despojos de lo que un día fue un florón brillante de nuestra Corona. ¡Grande responsabilidad se ha contraído en mandar un embajador creado ad hoc; gran responsabilidad en hacer cuestión de partida la que para nosotros no debe ser más que de justicia, de dignidad y de decoro para el país! No es justo, señores Diputados, que para favorecer a alguna influencia amiga se haya hecho eso. ¿Es justo que por favorecer a algunas influencias amigas, o alejar algunas influencias dudosas se atiendan así los intereses públicos, se prescinda de su decoro, y se comprometa al país en graves conflictos, en el Exterior? ¡Ah señores! ICuán severa responsabilidad debiera exigir el Congreso a este Gobierno por proceder en asunto tan delicado con tanta ligereza! Pero no se le exigirá, porque la mayoría de la Cámara, entretenida en hechos de familia, deja pasar desapercibidos los altos intereses del Estado y las cuestiones de elevada política.

La conducta del Gobierno no corresponde a la altura que nuestro pabellón haya podido alcanzar en otros puntos del globo.¿De qué sirve la gloria que nuestro valiente ejército haya podido alcanzar en África, si luego una ligereza diplomática nos deprime en otra parte? ¿De qué sirvo que hayamos levantado muy alto el pabellón español con las puntas aceradas de las bayonetas de nuestros soldados, si luego en un día, una mal cortada pluma en un despacho ministerial viene a hacernos descender de la altura en que nos hemos colocado?

Y el hecho de haberme encontrado involuntariamente con el contraste que resulta de comparar la gloria de nuestro ejército con los actos del Gobierno, me obliga a hacer una digresión ligera, pero que creo importante. Voy a recoger una palabra que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros pronunció, a mi entender, sin intención, pero que es necesario recoger. S.S., hablando de la guerra de África, al encomiar las glorias del ejército, que nadie se ocupa de amenguar en lo más mínimo, por un fenómeno singular, incomodándose para dar gracias porque se acordaba un voto de gratitud al ejército, por un fenómeno singular, debido sin duda, a que S.S. han traído mal genio de la guerra de África, el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, incomodado manifestaba su gratitud al Congreso; y como la incomodidad es mal consejero, S.S., para elogiar al ejército, nos dijo que había sacado a la nación del fango en que se encontraba. No, la nación española no ha estado jamás en el fango. La España, que tiene la gloria de contar entre sus hijos a los héroes de Covadonga, a los que clavaron la cruz en la Alambra, a los que hicieron resonar los aires de Italia con el triunfo de nuestras armas, a los que descubrieron el nuevo mundo, y a los [136] que solos, abandonados, sin más auxilio que su patriotismo ni más recursos que su valor, arrojaron de este territorio al gigante de este siglo, al gran capitán, al que corría triunfante desde Moscow a Cádiz, desde Menfos a Viena; la España, en fin, que hasta en sus discordias civiles ha sido grave, la España, esa nación grave, no ha estado nunca en el fango, nunca jamás. Habrá podido suceder que algunos partidos, que algunos Gobiernos no hayan comprendido el espíritu del país, pero eso será responsabilidad de los Gobiernos, no de la patria, no del país, no de la nación, que se ha levantado siempre más grande cuando más abatida ha parecido.

No, Sres. Diputados; la España no se ha encontrado nunca en el fango. Los soldados en África han hecho prodigios de valor, y los hemos visto con admiración, pero no con extrañeza; sabíamos de antemano lo que iban a hacer, porque lo habíamos aprendido de nuestros antiguos tercios y de nuestros ejércitos modernos, lo mismo en las guerras de nacionalidad que en nuestras discordias intestinas.

No digo más sobre el particular, y concluyendo mi examen de cuanto tiene relación con la política exterior que se sigue con algunas potencias de ambos mundos, voy a ocuparme, siquiera sea ligeramente, de la política exterior en general que adopta el Gobierno; y aquí voy a contestar al Sr. Alonso Martínez, que siento no esté en el banco de la comisión. El sistema político del Gobierno consiste en ver con gusto, y auxiliar y favorecer por cuantos medios le es posible, toda tentativa, todo movimiento, todo síntoma que lleve a la destrucción de la libertad y al entronizamiento del absolutismo, y mirar por el contrario con disgusto y contrariar, ya con notas, ya con reaccionarias protestas, toda tendencia liberal. Por eso se le ha visto abogar por los grandes duques italianos, ya destronados por ese se ve hoy simpatizar con el odioso despotismo napolitano, que hasta el Austria ha mirado con disgusto. Tan absurda política, contraria a las aspiraciones legítimas de los pueblos y contradictoria con el sistema político que interiormente nos rige no puede menos de traernos cuando menos el desdén, ya que no el odio de nacionalidades fuertes y de Soberanos poderosos, y como consecuencia de todo esto vendrá al aislamiento más completo para la España.

Pues es preciso no olvidar que la España es una parte, aunque no tan grande como fuera de desear, de la gran familia europea y que impedir que desempeñe el papel que en ella le corresponde, es un verdadero suicidio. Cuando la Italia se regenera; cuando los pueblos se funden con el sacrosanto fuego de la libertad; cuando sucumben los Tronos que no conocen o fingen no conocer las necesidades de los pueblos, y que no se acuerdan de satisfacerlas sino en aquellos momentos supremos en que los pueblos se levantan para hacer velar sus derechos, por largo tiempo desconocidos, es inconveniente, y además de inconveniente difícil, abstraerse del movimiento general en que viene envuelta la Europa; y aún más que difícil sería insensato y temerario tratar de oponer un dique a la corriente que marchando libre fertilizaría, y contenida se convertirá en un torrente devastador. Insista pues el Gobierno en su absurda política; continúe dando aliento a la reacción y al absolutismo; siga desoyendo el clamor de la verdad; desprecie las terribles lecciones de la historia; cierre los ojos a los sucesos de otros países que tienen analogía con el nuestro, y llegará el día en que se arrepienta; pero ese arrepentimiento será tardío, y el dique roto con terrible sacudimiento echará por tierra apellidos, familias, dinastía, razas, tradiciones e historias. Y basta ya de política exterior.

Del convenio últimamente celebrado con la corte de Roma, lo mismo el discurso de la Corona que el dictamen de la comisión hacen muchos y grandes elogios, casi lentos y tan grandes como las que de tan liberal pacto han hecho o los jueces más competentes en esta materia, los absolutistas y los neo-católicos. Es decir, que eI Gobierno, la comisión y el Congreso, según se pretende, son tan partidarios por lo menos del convenio como los absolutistas y los neo-católicos, de esos que continúan llamando robo a la desamortización, y que se empeñan en rebajar a los que de algún modo hemos favorecido o procurado la desamortización general. En execrable consorcio absolutistas y moderados, progresistas que fueron y neo-católicos que son. ¿Pero qué he de decir yo de ese convenio después de lo que ha dicho el Sr. Aguirre a nombre del partido a que tenga la honra de pertenecer, sin que tenga que decir por qué me hallo en él, como parece que tienen necesidad de hacerlo algunos de los individuos de la comisión? ¿Qué he de decir yo, cuando a tanta doctrina, a tantos datos, no ha habido nada opuesto ni nadie que conteste ni en el Gobierno ni en la comisión ni aun el Gobierno, señores, a pesar de que le tocaba tan de cerca, ha dicho nada acerca de un punto tan importante después de haberle visto tomar tantas notas? Por lo visto al Sr. Ministro de Gracia y justicia se le han perdido esas notas, como se le perdieron otras en otra ocasión. Tampoco la comisión dijo nada, porque aun cuando se levantó a defender el convenio el Sr. Benedito, se distrajo sin duda de su objeto principal y pasó a justificar su permanencia en el banco de la comisión y en ese nuevo partido, con la enojosa idea de dedicarse a hacer un viaje por el mar, olvidando sin duda que S.S. se ha propuesto una cosa que nadie ha conseguido hasta ahora. S.S. se ha metido en la barca de la reacción, que llama de la unión liberal, y dice que estará en ella hasta que se sumerja en las olas o hasta que llegue a puerto de salvación. Nos dijo que ésta era su costumbre: pero no hace mucho tiempo que se embarcó en un buque neo-católico, defendiendo las insaculaciones. Entonces sin duda llevaba lastre neo-católico y como era pesado acabó pronto su viaje; ahora es más ligero su lastre, y presumo que su viaje, por largo que sea, por más que se convierta en una especie de Judío errante por las olas, no ha de hallar el puerto de salvación en el proceloso mar que está recorriendo.

Pero el Sr. Alonso Martínez que después se ha ocupado de este asunto, ¿ha contestado acaso, al Sr. Aguirre? No, señores, porque S.S. se ha limitado única y exclusivamente a decirnos que la solución dada a este asunto es la más conforme con la unión liberal. Lo creo: precisamente en el Concordato está la fotografía de la unión liberal. Ser y no ser: amortizar y desamortizar: por un lado desamortizar los bienes actuales; por otro lado autorizar la amortización.

¿Qué es eso? Amortizar y no amortizar: desamortizar y amortizar. ¿Pretendéis la amortización y la desamortización? Pues eso es la negación, eso es la nada; ese es el Concordato; esa es la unión liberal.

Por consiguiente, Sres. Diputados, ¿qué tengo yo que decir en la cuestión del Concordato, después de haber oído el Congreso todas las observaciones expuestas por mi distinguido amigo el Sr. Aguirre? Verdad es, Sres. Diputados, que es muy difícil luchar contra la razón, y aún más difícil, imposible, el oscurecer la verdad, cuando la verdad ha llegado a abrirse paso por entre las nubes que pudieran ocultarla.

La verdad acredita mis palabra, y muestra que ni es más ni menos el Concordato de la unión liberal que lo [137] siguiente. Dice el Papa: lo vendido, como ya no tiene remedio, está bien vendido; y yo, por la solicitud que tengo hacia España, consiento en lo hecho: ¡ni más ni menos, señores Diputados, que si nosotros consentimos que Ias aguas, de los ríos obedezcan las leyes de la gravedad!

Pero añade el Papa: voy más allá, hago otra concesión; permito que se vendan todos los bienes que por malos o por inservibles no quiera el clero: pero en cambio de este gran sacrificio, en cambio de esta gran concesión que el Papa nos hace, el clero queda autorizado para adquirir todo lo mejor que pueda, aunque vuelva a quedar amortizada la mayor parte de la riqueza, aunque vuelva a su poder una gran parte del territorio, aunque nuestra riqueza se esterilice, aunque, en una palabra, venga a quedar destruido el gran principio conquistado en este siglo, el gran principio de la desamortización. Y es necesario más: es necesario que la España pisotee su dignidad, pisotee su legislación, que pase sobre todo por la humillante confesión de decir que las leyes hechas por los poderes legítimos del Estado no han valido nada, no han tenido fuerza alguna hasta que el Papa ha venido a confirmarlas, hasta que el Papa las ha sancionado; porque a tanto vale el declarar que por el Concordato se han tranquilizado las conciencias, que estaban alteradas. Las leyes pues del reino dadas por Ias Cortes y sancionadas por la Corona de nada servían, eran una letra muerta hasta que el Papa Ies ha dado fuerza, Ies ha dado autoridad. ¡Oh! ¡Qué humillación! ¡Qué ignominia! Vienen después del Concordato tres párrafos que se refieren a la conspiración carlista descubierta en San Carlos de la Rápita, a la amnistía con este motivo concedida, y lo que se refiere a la expatriación de los hijos del primer pretendiente a la Corona de España, sobre lo cual ya han oído los Sres. Diputados al ilustre orador qua con tanto talento como maestría supo reflejar con perfecta exactitud y en un discurso brillante Ias opiniones de la minoría progresista. También ha oído el Congreso las rezones emitidas respecto de este mismo particular en la brillante improvisación que ayer pronunció el Sr. Rivero. Poco tendría yo que decir, si no fuera para que lo que diga sirva de contestación a lo que después se ha dicho con este motivo.

No hay duda, Sres. Diputados: respecto de Ia teoría, respecto de la cuestión legalmente considerada, la facultad de conceder amnistías corresponde al poder legislativo, y así lo declaró ayer el Sr. Ministro de la Gobernación; pero el señor Ministro de la Gobernación, que declarando esto se contradecía, era preciso que pusiera una cortapisa, porque es natural que al mal se ponga remedio y al veneno se oponga el antídoto. Así es que S.S. dijo: es verdad que por su esencia la facultad de amnistiar corresponde al poder legislativo; pero también lo es que hay que delegarla en el poder ejecutivo; y como para probarlo citaba S.S. los tratados de paz. Pues precisamente porque los tratados de paz corresponden al poder ejecutivo, debiendo presentarse a Ias Cortes antes de su ratificación con arreglo a la Constitución del Estado para ver si se ha atendido o no a los intereses del país, se pone ese precepto. Y es claro por lo mismo que la facultad de amnistiar corresponde al poder legislativo, toda vez que la misma Constitución no confiere igual precepto al ejecutivo. De otro modo, así como la Ley fundamental da al poder ejecutivo el derecho de gracia o de indulto, le habría concedido también el de la amnistía. Tan es esto de importancia para la sociedad que todavía el derecho de indultar se da al poder ejecutivo con una limitación, pues que en la ley del consejo de Estado presentada por este mismo Gobierno se impone al Monarca la obligación de oír al consejo de Estado antes de conceder un indulto general. Pues si esto sucede; si esto acontece respecto de los indultos, ¿qué no debe suceder con las amnistías, que es un acto más grave, más trascendental, que importa más a la sociedad que el derecho de gracia en lo relativo a los indultos? Pero en fin, en esto no cabe duda alguna; en esto nos hallamos todos conformes, porque todos convenimos en que esta prerrogativa corresponde a las Cortes con el Rey, como sucede con todas las medidas que puedan suspender, ya temporal ya definitivamente, los efectos de una ley del Estado. Pero además se ha querido aquí fundar una jurisprudencia por la práctica, y tampoco esto es cierto, tampoco es exacto que el derecho de amnistiar ha estado siempre entre las prerrogativas del poder ejecutivo. Ni es cierto eso en la historia antigua, ni lo es en la moderna, ni lo es en las repúblicas, ni en las monarquías.

En Roma, durante Ia república, la facultad de amnistiar no estaba en el Senado, como equivocadamente se ha dicho; la facultad de amnistiar estaba única y exclusivamente en el pueblo, que ejercía esta prerrogativa en los comicios, por medio de las centurias y de las tribus. El derecho de gracia sólo lo tenía el pueblo, que era el que intervenía en los juicios públicos: y tanto es así, que habiendo condenado el pueblo a Coriolano, el Senado, que tenía gran interés en salvarle, porque pertenecía a dicha corporación, porque era Senador, no pudo relevarle de la pena y tuvo que desterrarle. Y lo que sucedía respecto de los delitos políticos, sucedía con los delitos comunes. El pueblo confirmaba o revocaba la sentencia de los que habían sido condenados y apelaban a él. Así se ve que después de ser condenado Horacio a la horca por haber dado muerte a su hermana, apeló al pueblo de la sentencia, y el pueblo le indultó en los comicios. No es pues exacto qua el Senado tuviese Ia prerrogativa de amnistiar delitos públicos ni privados.

También se ha dicho que todos nuestros Reyes habían ejercido esa prerrogativa, y tampoco es exacto. Y tanto no lo es, cuanto que en el concilio, que creo que es el XIII, celebrado en Toledo el año 673, el Rey Ervigio pidió permiso para amnistiar a los que se habían sublevado en favor de Paula contra Wamba, y el concilio concedió el permiso, pero con la limitación de que constase que Ios que habían sido amnistiados habían obrado contra la patria y contra la nación. E hizo más el concilio, y fue, que por su iniciativa extendió la amnistía que pedía el Rey a los que todavía estaban sufriendo el castigo en tiempo del sucesor de Wamba; lo cual prueba que en el tiempo de la monarquía goda pedían permiso los Reyes para amnistiar, y lo pedían a los concilios, que, atendidas las circunstancias de la época, ejercían las facultades que ahora ejercen las Cortes.

Y hasta en otro extremo del derecho de gracia, hasta en los indultos, se ha impuesto a los Reyes absolutos limitación, se les ha concedido este derecho con restricciones: hay una ley de Fernando el Emplazado en la cual promete no indultar a nadie sin pedir permiso para hacerlo al consejo de sus alcaldes, y que aún en este caso no lo haría de tal manera que los indultados no tuviesen que ir a servirle en Tarifa o Gibraltar, plazas que acababan de ser tomadas a los moros. Después de esto viene la historia más moderna que todos conocemos, y de ella se deduce que ni en los tiempos del absolutismo ha existido era prerrogativa en el poder ejecutivo; la ejercieron los Emperadores romanos y los dictadores de Roma, porque resumían todos los poderes del Estado; pero la práctica dice que no ha existido nunca esa prerrogativa sino en el conjunto de los elementos que constituyen la soberanía del pueblo; el Soberano cuando es sólo, el jefe del Estado con Ias corporaciones que constituyen el poder político de un Estado, cuando estas corporaciones existen.

Pero sea de esto lo que quiera, aquí lo importante es [138] examinar si la amnistía fue dada con oportunidad, si fue conveniente.

Señores, en todas partes los poderes, cualquiera que haya sido el que ha ejercido esa prerrogativa, lo han hecho en ciertas y determinadas circunstancias, teniendo este derecho su limitación en el tiempo y en la oportunidad; esas amnistías se han dado generalmente cuando los Gobiernos, cuando los poderes no podían descubrir bien, no era posible el descubrimiento más que del delito, y por consiguiente no veían otra cosa que la necesidad del castigo, pero no veían los medios de encontrar la salvaguardia, el baluarte, la valla que había de oponerse a la repetición del mismo delito; así es que estas amnistías han alcanzado a las masas de los delincuentes a quienes se ha considerado meros instrumentos, y también a los autores o personajes importantes de una conspiración cuando han huido al extranjero; porque de no hacerlo así, ¿qué se conseguía? La averiguación del delito y la necesidad de perseguirle; pero no es esto, no, lo que los Gobiernos deben buscar, sino la defensa, el obstáculo para que no vuelvan a reproducirse los sucesos que dieron lugar a la amnistía. Pues nada de esto, ninguna de estas circunstancias se encontraban en la amnistía que se ha concedido ahora. Se descubre el delito, son habidos y presos los conspiradores, los principales autores, los que debían tener el hilo de la trama, y sin embargo en aquel momento se les pone en libertad y se les de pasaporte para el extranjero. ¿Qué nos importa saber los elementos con que contaban? ¿Qué nos importa saber dónde está la mina pronta a estallar cuando menos se piense? Eso no se ha hecho nunca, eso no puede hacerse, la seguridad del Estado está por encima de las, más altas consideraciones. ¡Ah señores! estas amnistías cuestan caras; estos olvidos impremeditados suelen traer fatalísimas consecuencias. Ya que se ha traído a plaza el suceso desgraciado de César, bueno es que se sepa que fue la consecuencia de un olvido impremeditado.

César, cuando derrotó a Pompeyo, quiso ser generoso; quiso mas no conocer el crimen que castigarle, y con sus propias manos quemó el arca de la correspondencia de los amigos de Pompeyo; y en la llama en que aquella correspondencia desapareció se fundía el puñal que después alevosamente le había de asesinar en el Senado. Sí, Sres. Diputados, los mismos que habían sido amnistiados por César, los que lo debían todo a su generosidad y olvido; fueron los que asestaron contra él el puñal con que fue asesinado alevosamente cuando se cubría con aquel manto de que se nos ha hablado en otra parte.

Pero para tratar de la cuestión de la amnistía, aún suponiendo que el Gobierno haya estado en su derecho, haya cumplido con su deber al concederla, aun suponiendo que la amnistía haya sido conveniente, ha habido una injusticia insigne, una falta terrible al principio de igualdad en la cuestión de los ex-infantes: ¿Qué se hizo con ellos en el tiempo que medió desde su prisión hasta la concesión de la amnistía? ¿Se les tomó declaración siquiera? ¿Se ha acercado a ellos la justicia? Sí, se ha acercado, es cierto, pero se ha acercado para que en vez de inclinar su cerviz ante ella, haya sido la justicia la que se humillara ante ellos. ¿Por qué esta desigualdad? Han sido amnistiados los ex-infantes; admitido; supongamos que esta amnistía es conveniente; pero antes de concederla, ¿por qué no se han seguido los procedimientos correspondientes y absolutamente necesarios? ¿Qué razón ha habido para que la justicia no se acerque a unos criminales a pedirles declaración?

Es verdad que un individuo de la comisión decía al tratar de contestar al discurso del Sr. Olózaga estas notables palabras, Sres. Diputados: " Era por eso improcedente someter esos prisioneros, como pretende el Sr. Olózaga, a ser juzgados con solemnidad o sin ella por un tribunal; espectáculo que; reflexionándolo bien, aunque reclamado por muchos amantes de la Monarquía, sólo podía interesar a la democracia, a las parcialidades vecinas a la democracia, y a los que pública o secretamente desean ver desprestigiada a la Monarquía. " ¿Cómo? Una dinastía ¿se desprestigia porque la ley siga su camino, porque se cumpla el principio de igualdad, porque la justicia se Ileve a efecto? ¿Qué dinastía sería esa que no pudiese vivir con el aliento de la ley, que no pudiese resistir el soplo de la justicia, en una palabra, que se quebrantase, no al recio empuje del huracán que arranca de cuajo la secular encina, sino a la suave brisa que mueve el pétalo de la flor y le da vida y embellece? No; eso sería hacer incompatible la dinastía con el gran principio de igualdad. (El Sr. Torre don Luis : Pido la palabra.) ¿Qué inconveniente hubiera tenido para la dinastía el que la ley se hubiera cumplido, el que la justicia se Ilevara a efecto? Ninguno; porque si hubiera resultado algún mal en aquellos sucesos, el mal estaba hecho, el mal no estaba en el castigo del crimen, sino en el crimen que estaba ya cometido. iAh señores! si la justicia hubiera seguido su curso, no habría mal ninguno para la dinastía; a los que resultasen criminales se les hubiera castigado o indultado, pero la opinión pública hubiera visto un divorcio entre los criminales y otras personas que por más elevadas que fuesen hubieran considerado a los ex-infantes como espúreos en la familia: pero ahora no se puede decir que son espúreos en la familia, porque no se ha visto ese divorcio, y nos exponemos a que haya quien crea que todos son unos.

Pero es un fenómeno singular, Sres. Diputados, lo que viene ocurriendo de muchos años a esta parte con relación a ciertos hechos. Un Gobierno, hasta compuesto de las mismas personas, comprende de diferente modo dos hechos idénticos. Así se ve a este Gobierno ser clemente ahora, y ser duro, inflexible en Badajoz....

El Sr. PRESIDENTE: Sr. Diputado, ruego V.S. que reflexione lo que está diciendo.

El Sr. SAGASTA: Siento mucho, Sr. Presidente, que me haga tarde ya esa advertencia; ayer se dijo esto muchas veces, y he tomado las expresiones de la sesión.

Decía, Sres. Diputados, que es muy singular el fenómeno que ofrece un mismo Gobierno, clemente en unas circunstancias y duro y cruel en otras. En Badajoz, por ejemplo, donde no sólo había desaparecido el peligro, sino que no le hubo jamás, porque allí no hubo sublevación, allí no se sabe si hubo siquiera conspiración; lo único que se sabe es que hubo conato de conspiración.

Pues bien: esta diferencia que se nota en el último Gobierno, se observa en casi todos los Gobiernos que se vienen sucediendo hace muchos años, más o menos moderados, con más o menos tendencia los unos hacia el progreso y los otros hacia la reacción; y sin embargo, esos Gobiernos ven esas cuestiones de diferente manera. No parece, Sres. Diputados, sino que hay una cosa superior a los Ministros, que los impele, que los obliga, los arrastra a obrar siempre de la misma manera en ese terreno, con esa injusticia respecto de los unos y de los otros. Aún están clamando justicia las víctimas del Carral, y aún está fresca la sangre de Logroño, donde se hizo desaparecer en pocos días a toda una familia que había prestado grandes servicios al Trono de Isabel II y al sistema representativo.

Señores, en los primeros y en el último, ¿cómo no hubo un corazón que se mostrara clemente y generoso, que bien lo merecían por lo menos los últimos, porque aparte de la gratitud que merecían, fueron fusilados un padre y dos hijos? Con el general Zurbano fueron fusilados sus dos hijos [139] que tenían el crimen de haber sido buenos hijos, por haber acompañado a su padre, que además era jefe militar de ellos. Comparad tanto rigor, tanta crueldad con la clemencia, con la generosidad, ¿qué digo generosidad? con los premios concedidos a los que han conspirado en sentido contrario. ¡Ah señores! qué lección tan terrible para la libertad, qué lección tan grande para el porvenir.

Viene después el párrafo que habla de la reforma de varias leyes. El discurso de la Corona ofrecía presentar varias leyes, faltando de esta manera al respeto que se merecen las prerrogativas del Parlamento, y olvidando de un modo indisculpable la Constitución del Estado en una de sus más importantes disposiciones. El Gobierno no puede presentar nunca leyes, no puede presentar más que proyectos de ley, porque la facultad de hacer leyes corresponde a las Cortes con el Rey.

Nos hallamos pues con que el Gobierno puede presentar Ias leyes sin seguir los trámites marcados por la Constitución; de manera que siguiendo así están de más Ias Cortes, porque residiendo en S.M. la facultad de hacer Ias leyes estamos de más aquí; lo que equivale a arrojar por la ventana el Código fundamental; equivale a proclamar el sistema cuya bandera se levantó en San Carlos de la Rápita.

En esta parte ofrece la comisión la reforma de varias leyes importantes. El Gobierno no dice nada, se calla a todo, y yo creo que el Gobierno ha hecho bien; porque ¿a qué había de ofrecer lo que no quiere ni puede cumplir.

Que no puede cumplirlo es evidente, porque existen los mismos motivos que hasta aquí le han impedido su cumplimiento. La cosa es clara: aquí hay una mayoría, que yo no trato de calificar ahora; que no calificaré; pero aquí hay una mayoría de la que una parte estará siempre al lado del Gobierno mientras insista en conservar los principios del partido moderado, y la otra que vive de esperanzas, como si dijéramos de ilusiones; hay una que se alimenta de realidades, mientras que la otra sólo vive de ilusiones. Pues bien: con dejar a las realidades su realidad, y dar al tiempo oportuno algunas esperanzas más a las ilusiones, que en esta parte tiene buen cuidado el Gobierno de hacerlo con gran longanimidad, era negocio concluido; la fracción de las ilusiones es la más cómoda, la más barata, la más fácil de contentar. Así es que el Gobierno hace bien en no presentar esas leyes, y hace mejor en no ofrecerlo. ¿Para qué ha de ofrecer, como digo, lo que no ha de cumplir, ni cumplir puede?

Desde el momento en que quiera cumplir lo que dice la comisión, desde ese momento la reforma de cualquier ley fundamental vendría a caer sobre esta mayoría como la manzana de la discordia. Así es que el Gobierno en el discurso de la Corona se contentó con decir que se presentarán varias leyes, y ha salido del Paso presentando algunas de ferrocarriles.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros nos decía el otro día: " yo no soy amigo de teorías; a mí me gusta la práctica." Pero el Sr. Presidente del Consejo de Ministros sabe perfectamente que la práctica no es ni más ni menos que la aplicación de la teoría.

S.S. no ignora eso; ya sé yo que lo sabe, que la práctica no ha caído de Ias nubes por casualidad; pero S.S. al decir eso quiso decir otra cosa. S.S., al ver que la comisión determinaba la reforma de varias leyes, quiso dar un aviso a la mayoría; quiso decirla: no lo asustes; que mientras yo esté en el Gobierno, mientras puedan aplicarse mis principios, siempre estoy en disposición de satisfacer a aquella parte que más me favorezca. Pero esto tiene un inconveniente para la mayoría, y es que viene el Sr. Ministro de la Gobernación y echa a perder ese aviso, pues dice: no tengas cuidado, mayoría; mi sistema es conservador; esas leyes serán reformadas bajo el punto de vista conservador.

Pues bien, la reforma de esas leyes ni siquiera al anunciarla se ha querido ataviar con ese traje tan cómodo que ha engalanado otras reformas; ni siquiera se ha valido del adverbio prudentemente, que se ha empleado en tantas otras ocasiones. Prudentemente liberal se Ilamó la reforma de la Constitución de 1.845; prudentemente liberal se Ilamaba la reforma de Bravo Murillo; prudentemente liberal se llama al Concordato; prudentemente liberal se llama a la ley de imprenta, y prudentemente liberal se llama a la reforma que la comisión nos ofrece en leyes importantes del país; pues ni aún con ese atavío tan cómodo ha querido este Gobierno anunciarnos la reforma de esas leyes.

Entretanto los municipios siguen sin independencia; las provincias sin existencia propia; la imprenta oprimida cual no lo estuvo nunca y sometida a una legislación más dura aún que la que le impuso en su asquerosa desnudez el absolutismo, y que está además bárbaramente aplicada; porque el único derecho, si derecho puede Ilamarse, aunque pequeño, que se concede a quien tantos deberes y trabas se imponen; el único, aunque pequeño derecho, que consiste en escoger el escritor entre la denuncia y la recogida, hasta ese derecho lo ha quitado el Gobierno, y se lo ha quitado de un modo muy sencillo: se escribe un periódico, se manda al fiscal, y éste con el criterio del Gobierno da o niega el pase: al salir de manos del fiscal el artículo, ya no es el fiscal el que denuncia, es el Gobierno que no le deja pasar porque el fiscal, como representante del Gobierno, ha cumplido ya con su deber. Pues bien: sale el artículo de manos del fiscal, y muchas veces se denuncia. ¿Es justo, es conveniente quitar hasta ese pequeño derecho al que tantos deberes se le imponen? A los que os parece demasiado blanda la actual legislación de imprenta os diré que lo que hace esta legislación es matar la imprenta, es asesinarla; ¿qué digo asesinarla? es mucho más; es envenenar el puñal con que se comete el asesinato.

Así pues, señores, seguirá la ley de vinculaciones, seguirá la reforma constitucional más reaccionariamente Ilevada a cabo que ha conocido el país; seguirán los municipios, sin vida propia e independencia, Ias provincias sin su existencia peculiar; seguirá la imprenta tal como existe; seguirá, en una palabra, todo el sistema político del Gobierno más reaccionario que ha conocido España. Y todavía, señores, algunas leyes se aplican con más rigor que las aplicaba el Gobierno que Ias hizo, porque el mismo autor de la ley de imprenta dijo terminantemente que quería conceder ese derecho al escritor; mas digo: está consignado en la letra y el espíritu de la ley. Con esto contesto ahora a una pregunta que nos hizo el otro día el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, y contesto con otra pregunta, diciendo: ¿conoce el señor Presidente del Consejo de Ministros un sistema más reaccionario que el que sigue el actual Gobierno? ¿Conoce S.S. un Gobierno más reaccionario que éste? Bajo el punto de vista legal, ¿no conserva todo el sistema más reaccionario que ha habido en el país? ¿No aplica una de Ias leyes con más rigor que la aplicaba el Gobierno que la publicó? ¡Ah! cuán poco se consulta la opinión del país! Si se consultara, otro camino muy distinto se seguiría, sin dejarse cegar por la pasión, o porque una porción de acontecimientos han venido a influir y a favorecer al Gobierno, pudiendo suceder muy bien lo que decía ayer el Sr. Rivero, que Gobiernos chicos pueden hacer cosas grandes. Hay más: Ias circunstancias del país hace tiempo que venían demostrando que si este país necesitaba rigor, era por el rigor que con él se empleaba.

Por lo demás, señores, yo temo bajo el punto de vista legal, bajo el punto de vista de la ciencia política, yo [140] temo, siguiendo este Gobierno en su sistema, la reproducción de los grandes cataclismos a que hemos estado expuestos, porque yo puedo asegurar al país que sin la política vacilante e incierta del Gobierno, que sin las contemplaciones reaccionarias que han dado aliento al absolutismo, que si no hubiera permitido la publicación, como era de su deber, de ciertas homilías que a propósito de la guerra de Italia publicaban algunos prelados, y no eran más que proclamas incendiarias contra la libertad, contra el sistema constitucional, que es la base del Trono de Dona Isabel II; si el Gobierno no hubiera al mismo tiempo puesto una losa sobre el pensamiento en la parte que tiene relación con la libertad, sin dejarla el derecho de defensa contra la prensa absolutista; si el Gobierno no hubiera permitido que ésta atacara y ridiculizara todas los días el sistema parlamentario, presentando al mismo tiempo a los defensores como enemigos de la libertad y de la propiedad; en una palabra, si el Gobierno no hubiera consentido que esa prensa hubiera llamado herejes, rebeldes e impíos a los que creemos que los tronos no son más que instituciones políticas llamadas a satisfacer las necesidades de los pueblos, es seguro que no hubiera tomado tantas alas la reacción; es seguro que los ex-infantes no hubieran venido esta vez, como no han venido otras, y no hubiera tenido lugar la insurrección, ni nos amenazaría el mal que todavía no se ha extirpado.

Pensaba, Sres. Diputados, entrar en algunas consideraciones acerca de la composición filosófica de la unión liberal; ya que el Sr. Alonso Martínez la ha Ilevado al terreno de la filosofía, cosa que no le ha parecido bien al Gobierno, que no está más que por la práctica; pero ésta es otra de las armonías de la unión liberal. Pensaba sin embargo, en contestación a eso, decir algunas palabras, aunque tuviera que repetir lo que ya en otra ocasión dije acerca de esa amalgama de personas que se llama partido; pero no quiero ocuparme de ese punto, y sólo voy a hacer una pequeña observación. La unión liberal, o por lo menos el Sr. Alonso Martínez, no se contenta con destruir solamente los partidos políticos de España, sino que ha destruido los partidos políticos del universo; hablo de los partidos medios, de los partidos constitucionales, de los partidos que están sometidos al régimen monárquico-constitucional. Pues bien; el juego de las instituciones ha desaparecido para S.S.; ya no hay más que un solo partido dentro de la Monarquía, todos los demás han muerto, según el Sr. Alonso Martínez, no sólo en nuestro país, sino en todos los del mundo. iAh, señores, qué error tan grande! El mal de este Gobierno, el mal de esta situación, esté en creer que todos los partidos han desaparecido; está en creer que no sirven para nada los antecedentes políticos, que no sirven para nada los compromisos que cada cual en la esfera de su partido ha podido adquirir en la defensa, en la proclamación de una idea. Éste es el mayor mal de esta situación; el de creer que son nada los antecedentes en la historia de los partidos, el de creer que deben desaparecer las tradiciones y los intereses que se han creado en defensa de un sistema. Así es claro que se puede pensar que la unión liberal sirve para todo, y por eso está dispuesta a hacerlo todo. Si las circunstancias favorecen y se pide una solución en sentido liberal y se puede hacer, la unión liberal satisface ese deseo; si, por el contrario hay obstáculos que impiden llevar adelante una reforma y no hay más remedio que hacerla en sentido reaccionario, la unión liberal se presta a ello.

De este modo, matando todos los partidos políticos, destruyendo todas las historias, borrando todos los antecedentes de los hombres públicos, vienen a constituirse en una especie de arlequín político, según las circunstancias, según el color más conveniente; pero esto es malo, porque entonces, a las aspiraciones más nobles, a las aspiraciones políticas, suceden las aspiraciones personales, que siempre son mezquinas. No hay remedio, no se puede defender con fe y convicción ningún principio político de esta manera, porque la lucha de principios se convierte en puramente personal, y al interés público se antepone el interés personal. De eso ya vamos viendo algo; yo no aludo a nadie, ni al Gobierno, ni a ninguna fracción de la Cámara; aludo a lo que se ve; me duelo de ese mal que va echando hondas raíces; me duele que se hable con la mayor seguridad de cambios políticos, de reformas, de cambios en la administración del Estado, sin más motivo que el cambio de alguna persona, y por cierto que esta es cosa que no ha sucedido nunca. Los cambios de los sistemas políticos se indican por reformas administrativas por reformas políticas, pero nunca por cambios de hombres en los destinos, quiero hablar de los puestos subalternos. Yo no culpo a nadie; sólo me lamento del cáncer que va corroyendo esta situación; yo me lamento de este cáncer que ha de traer consigo el escepticismo. Pues qué ¿no lo estamos viendo todos los días en la prensa, en las conversaciones públicas y privadas, en las calles, en las plazas? ¿No oímos todos los días decir que esta situación se liberaliza, sin más motivo ni fundamento que porque D. Fulano de Tal, que pertenece a una fracción va a ocupar un puesto en la administración? ¿No estamos viendo todos días alarmados a algunos de una fracción, porque personas de la otra van a ocupar un puesto más o menos alto? ¿Puede haber un cáncer más corrosivo para la administración del Estado? Pues ese mal era indispensable desde el momento que se ha creído que una situación es buena para todo; desde el momento que se ha creído que puede resolver todos los problemas políticos, sea cual fuere su color, sean cuales fueren las circunstancias; y en este caso desaparece el principio, y la cuestión queda reducida a los intereses particulares. No quiero decir más sobre esto.

Voy a concluir: y voy a concluir definiendo a esta situación en tres palabras. Es lo que se llama unión liberal, en el exterior la nulidad; en el interior, el escepticismo político; y en todo, la casualidad. Pues bien, Sres. Diputados: la nulidad en el exterior produce cuando menos el aislamiento; el escepticismo en el interior es la inmoralidad; y la casualidad en todo, el caos. Aislamiento, inmoralidad, caos; he aquí los recuerdos que va a dejar al país en su paso por el poder esta especie de amalgama que tuvo un día la loca pretensión de formar un partido constitucional; como si de los despojos de los demás pudiera nacer otra cosa que la roedora desconfianza; como si de su seno pudiera nacer otra cosa que el buitre de Prometeo, que devora sus entrañas.

El Sr. SAGASTA: No parece, señores, sino que yo he faltado a la exactitud de los hechos a que he hecho referencia [142] y de que estoy arrepentido, porque el recuerdo que nos ha hecho el Sr. Benedito de su señor padre me ha quitado todo motivo de aludir a S.S.; el Sr. Benedito, sin embargo, ha venido a confesar que en efecto S.S. había defendido el principio de las insaculaciones en un periódico católico o neo-católico. Sobre esto yo no voy a decir más que una cosa: el director de ese periódico se sienta en estos bancos, es nuestro compañero, el Sr. Aparici y Guijarro. (EI Sr. Aparici: Pido la palabra para una alusión personal.) De todas maneras, aquí resulta una armonía más en la unión liberal, en la que hay individuos que defienden las insaculaciones. ¿Defiende la comisión las insaculaciones? Basta de eso.

Ahora, en cuanto a lo que ha dicho el Sr. Latorre respecto de si debió o no juzgarse a los Príncipes, yo tomo para defender mi opinión al Sr. Presidente del Consejo. Pongan se S.SS. de acuerdo para ver de hacer desaparecer esa otra armonía de la unión-liberal.



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